jueves, 19 de mayo de 2016

Home, sweet home

En una de estas imágenes cursis que la gente cuelga en internet, leí  “Se llama hogar a todo aquello que nos hace sentir como en casa, no tiene por qué ser el lugar de donde provienes”.
Recordé en ese momento, que me he sentido muy a gusto en muchos sitios en el Perú, pero tengo dos hogares allí: el de mi Ketty, y la Casa Pastoral donde convivimos en Comunidad todos los voluntarios en el mes de estancia en San Lorenzo.
La Casa Pastoral es un préstamo que los Salesianos hacen a los hermanos Maristas ese mes, que normalmente no se usa para vivir, sino que son aulas para actividades. El primer grupo que ha ido es el encargado de acomodar la casa para que unos 44 voluntarios venidos de Bolivia, Chile, España y el mismo Perú, podamos hacer vida en Comunidad. Montar camas, el salón comedor, las cuerdas para tender, utensilios de cocina… en resumen, acondicionar toda una casa para que sea habitable.
La Casa huele a arroz y plátano frito, que es lo que más se ha comido allí. Los que no estamos acostumbrados a comer tanta cantidad de arroz llega un momento en el que te sobresaturas y no quieres volver a comerlo en mucho tiempo. En mi caso, el año pasado fueron 4 meses. Este año ya me he hecho el estómago y lo seguí comiendo después de salir de la selva. Sí, sin conocimiento, pero es que me encanta el arroz chaufa, qué le hago.

Ésta es la puerta de la Casa Pastoral. Una puerta común y corriente para cualquiera, pero que guarda significados para el que ha vivido ahí. En esa puerta me he sentado con Azu a idear la animación para el equipo azulino de la gymkhana, hemos realizado Andrea y yo rituales de purificación, he hablado con España cuando más lo necesitaba, hemos escuchado las niñas del cuarto reggaetón del celular de Talia, bailado Grease, he compartido confidencias con Kelly, cantado, jugado al UNO, e incluso hemos acompañado a los fumadores nocturnos alguna que otra noche mientras se filosofaba de la vida.

La puerta de mi hogar en San Lorenzo
En la casa hemos vivido con todos los “lujos” que te puedes permitir allí, como una cama con mosquitera, un salón comedor, baño con ducha, un hornillo donde mi papaJuan hacía sus maldades azucaradas y calentábamos el agua para el desayuno. Este año incluso hemos tenido una nevera en la que te entraban ganas de meterte y no salir en una temporada, y un motor para las horas que necesitábamos luz y no había la del pueblo. Porque esa es otra, luz no hay todo el día. Que recuerde, la luz venía a eso de las 6 de la mañana y se iba alrededor de las 8, y luego volvía a las 6 de la tarde para irse a las 12 de la noche. Entre las 8 y las 6 había clases de informática, y sin luz las laptop (los ordenadores portátiles) no aguantan ni medio día. Eso sí, teníamos wifi en la plaza, que iba a trompicones, pero wifi al fin y al cabo.

El comedor, donde se hacía más vida que en otro lugar de la casa

Pero qué modositos estamos mientras escuchamos al hermano Pablo

Pues como iba diciendo, la casa es un lujo para como viven la mayoría de alumnos que vienen de lejos. Las habitaciones están segregadas por sexo, cosa muy lógica, y los baños, por ende, también. La casa no se limpia sola, no tenemos robots de esos modernos que van aspirando el polvo, ni nadie que venga a limpiar. Nos organizamos de tal manera que nos dividieron en cuatro grupos, e íbamos rotando las cuatro semanas de estancia en la casa. Un grupo se dedicaba a preparar la oración. Esto quiere decir que rezábamos siempre cinco minutos antes de desayunar, de almorzar y de cenar, aparte de ir a misa dos veces en semana (miércoles y domingo, por la tarde) y tener el momento mariano los sábados y domingos por la mañana. Este año me metí a cantar en el coro de la Iglesia. El cantante principal, guitarrista y animador es Abelardo, alumno de la Universidad, que actualmente cursa su segunda especialidad. Cantar no sé cómo lo hacíamos, pero animar las misas, animábamos “una hartá”. Otro grupo se encargaba de servir las comidas. Hacen el desayuno, y sirven el resto de comidas. Nosotros no cocinábamos, el hornillo y el tiempo no nos daba para tanto, así que tenemos a nuestro querido Percy, el chef Percy el Piuranito el encargado de alimentarnos y engreír a los delicados del estómago. El tercer grupo se encargaba de mantener limpios baños y zonas comunes, y había un cuarto que estaba de descanso, pero que tenían la opción de ayudar en las tareas al resto de grupos.

Percy, nuestro chef
La vida en comunidad es relativamente fácil. Y me explico. No es coser y cantar, porque convivir con gente tan diferente, con las peculiaridades de cada uno, manías, personalidades. Lo bueno que me ha dado vivir compartiendo piso casi 10 años en Sevilla es que he tenido la oportunidad de aprender a convivir con gente diferente a mi, y ser aparentemente más tolerante (o pasota) a ciertos hábitos o actitudes que hace 10 años podrían provocar el querer tirarme de los pelos o arrancarme la piel a tiras. Pero la gente, casi toda, siempre pone de su parte para arreglar malentendidos o solucionar problemas personales que pudieran afectar a la buena armonía de la convivencia. También entiendo que es solo un mes, y que a la gente con la que no has conectado, quizá no vuelvan a coincidir porque los caminos no se crucen, pero por lo mismo, si es un mes… vamos a hacerlo lo más ameno posible. A los que acabas queriendo, se hará todo lo posible e imposible para volvernos a juntar.

La ropa tendida, que si llovía más de un día, podías pasarte el mes sin ponértela

Nuestro patio central, otro día de lluvia.
Como dice el papa "Tener un lugar al que ir, se le llama HOGAR. Tener a quienes amar, se les llama FAMILIA, y tener a ambos es una bendición".



Qué morriña.


2 comentarios:

  1. asi que solo hay dos Hogares en Perú??? OKKKK

    ResponderEliminar
  2. Si piensas eso, es que no has entendido lo que he escrito. Mi hogar sois vosotros, los que habéis convivido conmigo allí.
    PD. Tu hogar está en España!

    ResponderEliminar