En una de estas imágenes cursis que la gente cuelga en
internet, leí “Se llama hogar a todo
aquello que nos hace sentir como en casa, no tiene por qué ser el lugar de
donde provienes”.
Recordé en ese momento, que me he sentido muy a gusto en
muchos sitios en el Perú, pero tengo dos hogares allí: el de mi Ketty, y la
Casa Pastoral donde convivimos en Comunidad todos los voluntarios en el mes de
estancia en San Lorenzo.
La Casa Pastoral es un préstamo que los Salesianos hacen a
los hermanos Maristas ese mes, que normalmente no se usa para vivir, sino que son
aulas para actividades. El primer grupo que ha ido es el encargado de acomodar
la casa para que unos 44 voluntarios venidos de Bolivia, Chile, España y el
mismo Perú, podamos hacer vida en Comunidad. Montar camas, el salón comedor,
las cuerdas para tender, utensilios de cocina… en resumen, acondicionar toda
una casa para que sea habitable.
La Casa huele a arroz y plátano frito, que es lo que más se
ha comido allí. Los que no estamos acostumbrados a comer tanta cantidad de
arroz llega un momento en el que te sobresaturas y no quieres volver a comerlo
en mucho tiempo. En mi caso, el año pasado fueron 4 meses. Este año ya me he
hecho el estómago y lo seguí comiendo después de salir de la selva. Sí, sin
conocimiento, pero es que me encanta el arroz chaufa, qué le hago.
Ésta es la puerta de la Casa Pastoral. Una puerta común y
corriente para cualquiera, pero que guarda significados para el que ha vivido
ahí. En esa puerta me he sentado con Azu a idear la animación para el equipo
azulino de la gymkhana, hemos realizado Andrea y yo rituales de purificación, he
hablado con España cuando más lo necesitaba, hemos escuchado las niñas del
cuarto reggaetón del celular de Talia, bailado Grease, he compartido confidencias con Kelly, cantado, jugado al UNO,
e incluso hemos acompañado a los fumadores nocturnos alguna que otra noche
mientras se filosofaba de la vida.
La puerta de mi hogar en San Lorenzo |
En la casa hemos vivido con todos los “lujos” que te puedes
permitir allí, como una cama con mosquitera, un salón comedor, baño con ducha,
un hornillo donde mi papaJuan hacía sus maldades azucaradas y calentábamos el
agua para el desayuno. Este año incluso hemos tenido una nevera en la que te
entraban ganas de meterte y no salir en una temporada, y un motor para las
horas que necesitábamos luz y no había la del pueblo. Porque esa es otra, luz
no hay todo el día. Que recuerde, la luz venía a eso de las 6 de la mañana y se
iba alrededor de las 8, y luego volvía a las 6 de la tarde para irse a las 12
de la noche. Entre las 8 y las 6 había clases de informática, y sin luz las
laptop (los ordenadores portátiles) no aguantan ni medio día. Eso sí, teníamos
wifi en la plaza, que iba a trompicones, pero wifi al fin y al cabo.
El comedor, donde se hacía más vida que en otro lugar de la casa |
Pero qué modositos estamos mientras escuchamos al hermano Pablo |
Pues como iba diciendo, la casa es un lujo para como viven la mayoría de alumnos que vienen de lejos. Las habitaciones están segregadas por sexo, cosa muy lógica, y los baños, por ende, también. La casa no se limpia sola, no tenemos robots de esos modernos que van aspirando el polvo, ni nadie que venga a limpiar. Nos organizamos de tal manera que nos dividieron en cuatro grupos, e íbamos rotando las cuatro semanas de estancia en la casa. Un grupo se dedicaba a preparar la oración. Esto quiere decir que rezábamos siempre cinco minutos antes de desayunar, de almorzar y de cenar, aparte de ir a misa dos veces en semana (miércoles y domingo, por la tarde) y tener el momento mariano los sábados y domingos por la mañana. Este año me metí a cantar en el coro de la Iglesia. El cantante principal, guitarrista y animador es Abelardo, alumno de la Universidad, que actualmente cursa su segunda especialidad. Cantar no sé cómo lo hacíamos, pero animar las misas, animábamos “una hartá”. Otro grupo se encargaba de servir las comidas. Hacen el desayuno, y sirven el resto de comidas. Nosotros no cocinábamos, el hornillo y el tiempo no nos daba para tanto, así que tenemos a nuestro querido Percy, el chef Percy el Piuranito el encargado de alimentarnos y engreír a los delicados del estómago. El tercer grupo se encargaba de mantener limpios baños y zonas comunes, y había un cuarto que estaba de descanso, pero que tenían la opción de ayudar en las tareas al resto de grupos.
Percy, nuestro chef |
La vida en comunidad es relativamente fácil. Y me explico. No
es coser y cantar, porque convivir con gente tan diferente, con las
peculiaridades de cada uno, manías, personalidades. Lo bueno que me ha dado
vivir compartiendo piso casi 10 años en Sevilla es que he tenido la oportunidad
de aprender a convivir con gente diferente a mi, y ser aparentemente más
tolerante (o pasota) a ciertos hábitos o actitudes que hace 10 años podrían provocar
el querer tirarme de los pelos o arrancarme la piel a tiras. Pero la gente,
casi toda, siempre pone de su parte para arreglar malentendidos o solucionar
problemas personales que pudieran afectar a la buena armonía de la convivencia.
También entiendo que es solo un mes, y que a la gente con la que no has
conectado, quizá no vuelvan a coincidir porque los caminos no se crucen, pero
por lo mismo, si es un mes… vamos a hacerlo lo más ameno posible. A los que
acabas queriendo, se hará todo lo posible e imposible para volvernos a juntar.
La ropa tendida, que si llovía más de un día, podías pasarte el mes sin ponértela |
Nuestro patio central, otro día de lluvia. |
Qué morriña.
asi que solo hay dos Hogares en Perú??? OKKKK
ResponderEliminarSi piensas eso, es que no has entendido lo que he escrito. Mi hogar sois vosotros, los que habéis convivido conmigo allí.
ResponderEliminarPD. Tu hogar está en España!